El invierno se marcharía pronto, esta vez había pasado inadvertido, apenas unas frías ventoleras alocadas, y la humedad compañera de la noche. Dentro de casa, con la chimenea rugiendo se estaba tan bien que el invierno parecía todavía más primavera. Y la primavera ya pedía lo suyo con esas flores multicolores que engalanaban prados, macetas y jardines. La huerta luchaba por crecer casi sin agua.
Dos velas encendidas sobre la mesa narraban la historia de un par de almas gemelas que brillaban con la misma intensidad y que por ello se habían encontrado y reposaban complacientes sobre el mantel, sobre la mesa.
Una llama miraba a la otra y ambas se afanaban en ofrecer luz y más luz, al fin y al cabo, eses era su cometido en la vida. También podrían ser partidas y sus pedazos ser utilizados para encender una hoguera, quizás, pero entonces ya no serían lo que tenían que ser, dos llamas que iluminan cuando todo está oscuro.